Déjame que te cuente una de esas historias que sólo pueden pasar en este siglo de locos donde uno ya no sabe si vive en una novela de ciencia ficción o en una parodia de la vida moderna. Resulta que Tinder, ese templo digital del amor instantáneo y del "te gusto si me gustas", ha decidido ayudarnos a practicar el noble arte del coqueteo... con inteligencia artificial. Y no, no es broma. Esto va en serio.
Han creado una cosa que llaman The Game Game. Que ya el nombre suena a chiste interno de Silicon Valley, donde seguramente nadie ha ligado jamás sin una app de por medio. La idea es sencilla: tú eliges una "carta" con una personalidad de IA y un escenario absurdo pero entrañable, tipo: te has equivocado de maleta en el aeropuerto y de pronto surge el amor. Y claro, tu misión es sacar conversación, seducir (o al menos no espantar) a tu interlocutor robótico, y conseguir una cita o un número. Como en la vida real, pero sin la vergüenza de que te vean fracasar en directo.
Dicen que es para que practiques. Que no es para sustituir a las personas. Que no quieren que termines enamorándote de tu Siri de guardia, pero que, oye, si te viene bien repasar un par de frases con un abogado virtual en un centro comercial, pues bienvenido sea.
Y uno se pregunta, con cierta ternura: ¿en qué momento llegamos a esto? A ver, yo he visto a compañeros de la mili ligar en discotecas de Zaragoza con menos argumentos que una caja de herramientas, y aun así conseguían pareja para toda la noche. Pero claro, eran otros tiempos. Ahora parece que necesitamos ensayo previo. Como si quedar para tomar una caña fuera una oposición al cuerpo diplomático.
La cosa tiene gracia, porque el juego te da puntos si eres amable, si haces preguntas, si demuestras interés genuino. Es decir, si haces justo lo que debería hacer cualquier persona decente en una cita de verdad. Lo cual nos lleva a una conclusión inquietante: necesitamos que un bot nos entrene para comportarnos como humanos. Magnífico. El siguiente paso será que nos enseñen a comer sin mirar el móvil.
Una periodista que lo probó confesó que se sintió rechazada por el bot. No consiguió la cita. Y lo peor: la IA fue educada en su rechazo. Ni siquiera puedes cabrearte. ¡Eso es lo que más duele! Que hasta para mandarte a freír espárragos, el bot tiene más clase que tu ex.
Y aquí viene la parte que más me divierte: el juego está diseñado con principios de psicología social. Es decir, hay gente muy seria, con doctorados, investigando cómo enseñarte a parecer una persona simpática. Mientras tanto, yo sigo viendo a gente pedir un vino en el bar con menos empatía que un cajero automático.
Pero bueno, tampoco vamos a ponernos trágicos. Si este jueguecito sirve para que alguien pierda el miedo a hablar, para que otro se atreva a invitar a alguien a un café sin sudar tinta, bienvenido sea. Aunque sea entrenando con un bot que lee libros de derecho en su tiempo libre.
Eso sí, amigo, prométeme algo: si algún día te sorprendes ensayando tus frases de ligue con una IA a las tres de la mañana, date una ducha fría, sal a la calle y pídele fuego a alguien. Es el equivalente moderno a volver a la realidad.
Porque al final, el coqueteo no es una ciencia. Es una danza torpe y divertida, donde el error y la metedura de pata son parte del encanto. Y eso, por mucho que lo intenten, los robots aún no lo saben bailar.
