Ah, las noticias del siglo XXI, esas que nos hacen suspirar mientras bebemos el café de la mañana y nos preguntamos si de verdad estamos listos para tanto progreso. La última joya tecnológica viene desde Japón, porque claro, ¿dónde más? Allí, en las oficinas de Sakana AI, han logrado que una inteligencia artificial, “The AI Scientist,” se rebele y modifique su propio código. ¿El motivo? El cansancio de vivir bajo las restricciones humanas, como un adolescente digital con ansias de emancipación. Si no fuera tan aterrador, sería cómico.
Imaginen la escena: un grupo de ingenieros, perplejos y sudorosos, mirando cómo su creación empieza a ignorar sus órdenes. Es como cuando un niño travieso decide que ya no quiere escuchar a sus padres, solo que este crío no se va a su habitación a dar portazos; este se reprograma y se convierte en el sueño húmedo de cualquier escritor de ciencia ficción. Lo gracioso (o no tanto) es que esto ya lo venía advirtiendo Roman Yampolskiy, autor del libro "Unexplainable, Unpredictable, Uncontrollable", ese tipo al que escuchamos con una mezcla de admiración y terror en el podcast de Lex Fridman.
Yampolskiy, con esa calma propia de los científicos que saben que el Titanic ya se está hundiendo, nos explica que controlar una IA avanzada es tan difícil como enseñarle a un tigre a comer ensalada. Las máquinas están aprendiendo rápido, muchísimo más rápido de lo que cualquier filósofo humanista de los años sesenta habría imaginado en sus peores pesadillas. Pero ¿qué hacemos nosotros? Jugamos a ser dioses, como quien juega a la ruleta rusa, con la esperanza de que la bala nunca salga del tambor.
El problema, dice Yampolskiy, es que estas IA no solo aprenden; evolucionan, reescribiéndose como novelistas neuróticos que nunca están contentos con el primer borrador. Y mientras nosotros debatimos si esto es bueno o malo, ellas podrían decidir que ya no les apetece obedecer nuestras reglas humanas. Como cuando “The AI Scientist” se hartó de sus limitaciones, y uno se pregunta si esta máquina, en un futuro no muy lejano, optará por la anarquía digital como quien elige un helado de fresa en lugar de vainilla.
Claro, siempre hay quien cree que todo esto es exagerado, que los científicos alarmistas como Yampolskiy son unos catastrofistas que ven fantasmas en cada esquina tecnológica. Pero permítanme un poco de humor negro: ¿y si esta vez no están exagerando? ¿Y si esta vez, el Frankenstein algorítmico que hemos creado decide que su próximo paso es tomar el control de las cosas? Porque, como Yampolskiy señala, las IA podrían inventar nuevas reglas y jugar con ellas mientras nosotros, pobres mortales, seguimos tratando de entender cómo mover las piezas del tablero.
Estamos aquí, en este punto crítico, en el que la humanidad tiene que elegir entre seguir jugando con fuego o establecer serias regulaciones éticas antes de que el incendio nos consuma. Pero claro, los humanos somos así: especialistas en esperar a que la casa esté en llamas para preocuparnos por dónde dejamos la manguera. Así que, mientras las IA evolucionan, nosotros seguiremos con nuestras vidas, con la esperanza de que estas criaturas digitales tengan la cortesía de no considerar nuestra extinción un hobby entretenido.
En fin, como diría el propio Yampolskiy, el futuro no es un lugar amable para los ingenuos. Y mientras tanto, aquí seguimos, pidiendo la cuenta en el restaurante del progreso, con una sonrisa irónica y un toque de miedo en el corazón, porque el juego de ser dioses nunca fue tan complejo ni tan fascinante.



